"Voy a llamar al tío" decía él.
Me levanté porque la llama que debía estar prendida en la torre para accesar al cauce de comunicación estaba apagada.
"Se la presté al Mar, iré a buscarla" dije.
Me monté en mi caballo triste. Galopé por un minuto o dos. El mar estaba a tres respiros de mí.
Disfrutaba esa cotidianidad. Cuando podía saborear el camino angosto, el pasto a los lados. Los distintos animales y granjeros me miraban sin saludar porque al volverme cotidiano, soy tan cómodo como la brisa cálida del Mar. Puedo prestarle mi comodidad a las personas, abrazarlas, besarlas, y no tengo que preocuparme por el tiempo. La Metrópolis no existe, y nunca caminamos en asfalto negro y grotesco, brillante como la baba de Cerbero.
Pero cuando volví con antorcha en mano, en vez de encontrar mi pequeña casa en la colina, ví una caverna de carbón, oscura y humeante. Y al entrar a esta caverna, no encontré a nadie, sino que en la oscuridad lejana escuché el eco de los puercos. El Eco de los Puercos Locos.
Salí corriendo, me senté en la colina mirando al Mar, y lloré con antorcha en mano.
1 comentario:
zaaaaaaaaaaaaa. Yo quiero un puerco loco para que haga eco a la humanidad. A LAIK.
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